Farc vuelca su experiencia de guerra contra la pandemia en Colombia
Esa experiencia se ha mostrado eficaz frente a la pandemia en medio de la violencia que enfrentan los excombatientes.
Selva adentro no solo había militares asediándolos, también enfermedades tropicales letales como bombas. Y miles de guerrilleros colombianos consiguieron sobrevivir aferrados a una disciplina y solidaridad de guerra.
Esa experiencia se ha mostrado eficaz frente a la pandemia en medio de la violencia que enfrentan los excombatientes.
Ninguno de los 2.877 hombres y mujeres que depusieron las armas y se concentran en 24 puntos del territorio colombiano ha contraído el nuevo virus, gracias también a las acciones concertadas con el gobierno.
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En esta emergencia "hemos podido mantener en la gente el espíritu que les caracterizó durante el conflicto", sostiene Pastor Alape, dirigente del ahora partido Fuerza Alternativa Revolucionaria del Común (FARC).
En contraste, la violencia avanza. Nueve exguerrilleros han sido asesinados desde que inició el confinamiento el 25 de marzo y con ellos son 201 los caídos tras firmar la paz en 2016, según la formación opositora de izquierda.
La lógica del cuidado
Después de terminar con una rebelión de cinco décadas con decenas de miles de víctimas civiles de por medio, unos 12.800 rebeldes reorganizaron sus vidas mientras los máximos responsables rinden cuentas a la justicia de paz por graves delitos cometidos durante el conflicto.
El 22,5% de los exguerrilleros, junto a sus familias, sigue un proceso colectivo de reincorporación social y económica en los espacios donde se desarmaron.
Alejados de las grandes ciudades, en estos territorios conviven en total 4.000 personas que en esta emergencia echaron mano de la experiencia acumulada en la guerra.
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"Prever y prevenir fue lo más importante", resume Laura Villa, de 39 años y quien se alzó en armas en 2003. "La lógica era: me cuido yo, cuido a mi prójimo y cuido a los demás", agrega.
Villa fue uno de los seis médicos que combatieron en las filas insurgentes. Cada guerrillero, refuerza, entendía que cuando "enfermaba era un peso para los demás, porque vivíamos en movilidad permanente, muchas veces no era posible llevarlo en carro, sino en hamaca con palos".
Con los bombardeos militares aumentó la precaución y la conciencia del cuidado. La entonces guerrilla, que llegó a ser la más poderosa de América, ideó hospitales, laboratorios y escuelas de formación sanitaria de paso.
"Uno andaba con lo que se necesitara. Había diagnóstico temprano, tratamiento rápido para las enfermedades de la selva: leishmaniasis, paludismo, infecciones por hongos, intestinales", pero también para las de transmisión sexual, dice a la AFP.
En los campamentos móviles el aseo era regla. "Nadie podía bañarse aguas arriba (contracorriente) ni lavar cosas (allí). El agua de la cocina era sagrada y se le ponía un guardia si era necesario", añade.
Un mal peor
Los exguerrilleros han conseguido mantener libre de Covid-19 los 24 espacios de reincorporación, pese a que en algunos los baños son colectivos, según el excomandante Alape.
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Fuera, solo se ha detectado un contagio entre 9.000 desmovilizados en momentos en que el virus ya circula por toda Colombia, con más de 57.000 infectados y 1.800 muertos.
Mientras, el presidente Iván Duque, presionado por la crisis económica, relajó las medidas de confinamiento y lucha para mantener la "disciplina social" en este país de 50 millones de habitantes, el quinto más castigado del América Latina por la pandemia.
Desde el inicio de la cuarentena los territorios de paz se cerraron para los visitantes, la comunidad fabricó sus propios tapabocas y los repartió entre aldeas vecinas; se impuso la desinfección de vehículos y las reuniones pasaron a ser a cielo abierto y con la distancia recomendada entre participantes.
"Dos cosas que aprendimos desde el conflicto y que hoy siguen siendo principios fundamentales son la disciplina y la solidaridad, y creo que así mismo se ha asumido en esta crisis", remarca Laura Vega, delegada de la FARC en el espacio de Icononzo (centro).
Del lado del gobierno, afirma Emilio Archila, consejero presidencial para el posconflicto con la disuelta guerrilla, la pandemia "no interrumpió los compromisos" derivados del acuerdo paz, empezando por la provisión de alimentos y medicamentos.
También se acordó extender "indefinidamente" el apoyo financiero a los excombatientes, destaca el funcionario.
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Sin embargo, las partes difieren sobre el tratamiento contra la violencia y la FARC denuncia incumplimientos al pacto de paz.
Archila niega "la inacción o despreocupación" frente a los asesinatos, que la fiscalía atribuye en gran parte a los guerrilleros que no se acogieron al proceso de paz y se financian del narcotráfico, además de otras organizaciones también vinculadas con esa actividad.
Algunas zonas de reincorporación, sostiene Archila, están dentro de las rutas del tráfico ilegal y convierten a los exguerrilleros en objetivo.
Lo cierto es que nada detiene el desangre. "No imaginamos (...) que nos enfrentaríamos a un exterminio sistemático", clamó el jefe de la FARC, Rodrigo Londoño.
La violencia resultó mas letal que la Covid-19 para los antiguos combatientes.