Todavía existe un Blockbuster y promete resistir
En su mejor momento, a principios de los años 2000, la cadena de videotiendas llegó a tener 9000 negocios abiertos solo en Estados Unidos.
En un escalafón de negocios en vías de extinción por causa de las nuevas tecnologías, los videoclubes o tiendas de alquiler de películas sin duda ocuparían uno de los primeros puestos, si no el primero Lo saben bien los responsables del local que ostentará el título de ser el último Blockbuster del planeta, ubicado en Bend, una ciudad de unos 100.000 habitantes en el estado de Oregon, al norte de Estados Unidos. El imaginario título es motivo de orgullo para los administradores y su comunidad, porque saben que son una rareza, algo así como un dinosaurio en un zoológico.
Pronto serán los únicos, pues esta semana la otra tienda que seguía en pie en Australia anunció su cierre definitivo. La noticia produjo sentimientos encontrados entre los empleados del local de la avenida Revere. “Estamos emocionados y tristes a la vez, porque significa que hay gente que perdió su empleo”, dice Sandi Harding, gerente general de la videotienda en diálogo con la Agencia Anadolu.
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En julio y agosto de 2018 cerraron para siempre los otros dos locales de Blockbuster que quedaban en Estados Unidos, ambos en Alaska. Todo un cambio de época si se considera que en su mejor momento, a principios de los años 2000, la cadena llegó a tener 9000 negocios abiertos solo en el país norteamericano.
En 2010 la compañía se declaró en bancarrota. En esta misma década surgieron Netflix, Redbox, Amazon y otros servicios en línea. Así muy pronto, el imperio de los locales de alquiler de películas se derrumbó como un castillo de naipes.
Sucumbieron todos menos uno. Y el secreto de la supervivencia del local en Oregon, sostiene Harding, fue la perseverancia. “Creo que en buena medida se debe a que simplemente no nos dimos por vencidos. Sentimos el impacto de los servicios de streaming, como todos, pero seguimos adelante, y eso finalmente nos benefició”, comenta desde el otro lado del teléfono y desde el otro extremo del país.
El alquiler de películas sigue siendo la principal fuente de ingresos del local, pero ser los últimos de su clase les ha abierto oportunidades que no habían imaginado. Incorporaron nuevos rubros a su negocio, como el ‘merchandising’ relacionado con el mundo del cine. “Ahora tenemos camisetas y cosas así, que definitivamente ayudan”, cuenta Harding.
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A esto se suma el acompañamiento de una clientela fiel desde hace dos décadas, orgullosa de tenerlos todavía en el vecindario. “Todo el tiempo vienen clientes que nos piden que no nos vayamos, que hagamos un museo o que convirtamos el local en un punto de interés turístico... Tenemos mucho apoyo de la comunidad”, dice la responsable de la administración del local.
El turismo, de hecho, también aporta su grano de arena. “Bend es un lugar turístico, de modo que tenemos gente que llega durante todo el año y muchos ven como algo interesante visitar nuestro local”, afirma Harding. La atención mediática de los últimos dos días es más que bienvenida. Puede incluso darle un nuevo impulso al negocio, dice la gerente: “Le recuerda a la gente que todavía estamos por acá”.
En cuanto a los planes para el futuro, nada cambiará mientras los números anden bien. “Vamos a seguir. Tenemos varios años de contrato de alquiler, seguimos ganando dinero y, como dice el dueño, mientras podamos pagar las cuentas y podamos pagar los sueldos, vamos a seguir adelante”, promete Harding.
Son 13 sueldos, incluido el de Harding. El desafío no es menor, pero desde este pequeño local en una fría ciudad del noroeste estadounidense parecen dispuestos a levantar el puño y darle batalla a la modernidad.
“Mis padres viven en una zona muy rural y fueron de los primeros que se beneficiaron con los servicios de películas vía streaming, de modo que entiendo perfectamente los beneficios que ofrecen”, cuenta la responsable del local. “Pero creo que hay lugar para todos bajo el sol, para Netflix y para nosotros también”, afirma la administradora.