De Goya a Valeriano y Ponce
Arte, pintura, música, canto lírico, historia, tradición, cultura, todo aquello que inspira la fiesta brava.
“Granada, tierra soñada por mí…”. Los melodiosos acordes de una guitarra y la atronadora voz del bajo-barítono Valeriano Lanchas retumbaron desde el centro del ruedo y se extendieron por toda la plaza. Era el preludio de la corrida goyesca en la Santamaría, una tarde fría y lluviosa que puso fin con broche de arte a la temporada bogotana.
Arte, pintura, música, canto lírico, historia, tradición, cultura, todo aquello que inspira la fiesta brava. En eso se inspiró Agustín Lara para componer su emblemático tema, “Granada”, interpretado por Lanchas, el más destacado cantante lírico de Colombia.
La escenografía enmarcada por una plaza intervenida por el artista francés Loren Pallatier: las tablas de la barrera y los burladores adornados con figuras y trazos de toreros y novilleros que evocaban la época de uno de los más grandes pintores españoles de la historia: Francisco de Goya.
Goya pintó “La tauromaquia”, una serie de 44 grabados publicada en 1816, que da cuenta de la visión que tenía el pintor español de la fiesta brava. La primera corrida goyesca se celebró en 1954 en Ronda (España) con motivo del II centenario del natalicio del diestro tutelar Pedro Romero. En esta los participantes van vestidos a la usanza de los aristócratas y burgueses de la época de Goya, hacia los siglos XVIII y XIX. Así como este domingo en la monumental y patrimonial Plaza de la Santamaría.
Otro artista en el ruedo
En este marco, y ataviado con un elegante vestido goyesco elaborado por Giorgio Armani, otro artista en el ruedo, el maestro Enrique Ponce, saludó con suaves verónicas al primer toro de la tarde, un negro zaíno bajo de agujas que saltó al ruedo al galope, como una exhalación. Tras un farol lo dejó en el caballo para el rasguño del picador y le hizo un quite por chicuelinas de mano baja.
Lo que vino a continuación fue la puesta en escena de la singular y trascendente tauromaquia de Ponce, caracterizada por el temple, la lentitud, el conocimiento, la suavidad y la perfección técnica, con matices de arrebatos estéticos como trincherazos, pases de la firma y las famosas poncinas de su creación. El éxtasis en los tendidos. “Trato de hacer poesía con mi toreo”, dijo Ponce. Y a fe que lo consigue, poeta.
El ejemplar de Ernesto Gutiérrez, el mejor de la tarde, fue noble, fijo, repetidor y de gran calidad en la embestida. Tanto que algunos pidieron exageradamente el indulto del toro, que, si bien fue muy bueno, no reunía las cualidades excepcionales para regresar como semental a la dehesa. Acusó falta de fondo, corto recorrido y prácticamente ni fue picado, como casi todos sus hermanos. Eso sí, merecidas la vuelta al toro en el arrastre y las dos orejas para el maestro de Chiva (Valencia).
En el cuarto de la tarde se inventó la faena y le fue enseñando con parsimonia a embestir al toro, que al comienzo acudía a regañadientes a los toques fuertes y precisos de la pañosa y que fue yendo de menos a más en virtud de la labor pedagógica de Ponce. No había ligazón, de acuerdo con las condiciones del toro, pero había magisterio. Además de artista, profesor; además de poeta, maestro. Pitos al toro y una oreja al torero.
De Francia con amor
No fue la mejor tarde del gran diestro francés Sebastián Castella, a quien la afición capitalina le expresó con generosidad todo su cariño y admiración no más salir a la arena con su traje goyesco bordado con una constelación de estrellas de David.
El segundo ejemplar de la tarde acudió pronto al caballo y dio una buena pero corta pelea. Castella lo probó con un variado quite desde la boca de riego, en el que no faltaron rogerinas, gaoneras y el remate con la revolera.
Ante la poca acometividad del toro el francés planteó una faena en corto, tapándole la salida y dándole de comer con la muleta, como decían los viejos taurinos. También le trazó unas tandas bien logradas de clásicos y poco vistos naturales de frente, lo mejor de Castella en la jornada. Espada caída y oreja generosa.
Lo de que no hay quinto malo es puro cuento. El quinto fue manso, rajado, aquerenciado en tablas. Propinó tumbo al caballo y por momentos convirtió el ruedo en un herradero. Castella no pudo resolver la amarga papeleta de las malas condiciones del toro, que le trompicó varias veces la muleta e hizo ver sus intentos como insulsos e insustanciales. El francés prefirió abreviar. Estocada desprendida y trasera. Pitos al toro y palmas cariñosas al diestro.
La verdad de Ramsés
Poder, verdad y limpieza fue lo que predicó el colombiano Ramsés en la faena del tercero de la tarde, al que le faltó motor, celo y recorrido. Expuso, se lo pasó cerca, se arrimó con valor y seriedad y remató su faena muleteril con ceñidas manoletinas y el pase de la firma. Gran estocada y una oreja cortada a ley, con fuerte petición de la segunda.
En el sexto y último, que cerraba la corrida goyesca y la temporada bogotana, Ramsés inició la faena con un pase cambiado por la espalda, a lo que siguieron trazos templados, serios y profundos tanto con la mano derecha como con la izquierda. En un desliz resultó embarullado y algunos aficionados lo increparon precipitada e injustamente a los gritos de toro, toro...
El toro se dejó llevar a los cites de Ramsés y acudió con repetición a la templada muleta del colombiano, quien solo tuvo un momento de titubeo y vacilación. No obstante, el palco de Ucía lo premió justamente con una oreja tras una espada entera y en buen sitio.
A la postre, puerta grande para Ponce y Ramsés en un epílogo de la corrida goyesca y la temporada bogotana que no pudo ser contrariado por la adversidad del clima. Colofón a una tarde de arte, pintura, música, inspiración, canto lírico, cultura, historia y tradición, ingredientes fundamentales de la tauromaquia.
Ficha de la corrida goyesca, que puso fin a la temporada en Bogotá:
Enrique Ponce: 2 orejas y 1 oreja.
Sebastián Castella: 1 oreja y palmas cariñosas.
Ramsés: 1 oreja con fuerte petición de la segunda y 1 oreja.
Toros de Ernesto Gutiérrez, nobles y en general faltos de fuerza y casta. Muy bueno el primero, al que se premió con la vuelta en el arrastre.