En torno a tres novelas colombianas imprescindibles
La primera novela escrita en el país fue 'El desierto prodigioso y prodigio del desierto', de Pedro de Solís y Valenzuela.
Más de 2.000 novelas se han escrito en la historia de la literatura nacional. En su libro 'En torno a la novela colombiana', publicado en 2019, el librero, editor y lector Ricardo Arango, fundador de Arango Editores, calcula que se han publicado cerca de 2.200 novelas, de desigual importancia y calidad literaria.
Arango hace la cuenta desde 'Ingermina o la hija de Calamar', de Juan José Nieto (1805-1866), publicada en 1844. Habría que averiguar cuántos colombianos la han leído. ¿Se animarían a leerla?
No obstante, el Instituto Caro y Cuervo considera que la primera novela escrita en el país fue 'El desierto prodigioso y prodigio del desierto', de Pedro de Solís y Valenzuela. El texto data de alrededor de 1650. Es más, el investigador y académico Héctor H. Orjuela afirma que ésta no sólo es la primera novela colombiana, sino la primera novela hispanoamericana. Tal vez la han leído menos que aquélla.
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De todos modos, Arango advierte que no ha tenido en cuenta en su personal listado de 100 novelas obras coloniales como 'El carnero', de Juan Rodríguez Freyle; el 'Antijovio', de Gonzalo Jiménez de Quesada, o 'El desierto prodigioso…', del citado Solís de Valenzuela. Tampoco relatos del mundo indígena como 'Yuruparí'. Él se centra en la novelística a partir de la Independencia y de los comienzos de la formación del Estado colombiano.
Cuando preguntan por las mejores, o las más representativas, o las más importantes, o las de mayor recordación o las más queridas novelas colombianas salen a relucir principalmente, entre muchas otras, estas tres: la 'María' (1867), de Jorge Isaacs (1837-1895); 'La vorágine' (1924), de José Eustasio Rivera (1888-1928), y 'Cien años de soledad' (1967), de Gabriel García Márquez (1927-2014), la obra cumbre de nuestro premio nobel.
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De trascendencia internacional, la 'María' es una pintura de la sociedad del gran Cauca y del suroccidente de Colombia de mediados del siglo XIX. Aunque es la representación novelística del romanticismo en boga, es mucho más que una dramática historia de amor. No es fácil leerla sin experimentar esas intensas emociones generadas por la frustada relación amorosa de Efraín y María.
Cómo no recordar ese impactante y misterioso comienzo de 'La vorágine': "Antes que me hubiera apasionado por mujer alguna, jugué mi corazón al azar y me lo ganó la Violencia". Un planteamiento que describe y anticipa el clima de violencia, de lucha telúrica con la naturaleza, de presencia de las mujeres, de enfrentamiento de poderes locales y nacionales alrededor de la peligrosa y rica producción de caucho en las selvas de Colombia. Para Ricardo Arango, “es la novela más importante de la literatura colombiana hasta la aparición en 1967 de 'Cien años de soledad'".
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El realismo mágico de Macondo
¿Y qué decir de 'Cien años de soledad' que no hayan dicho ya los centenares de libros que en millares de páginas escritas en decenas de idiomas en todo el mundo han dicho?
En esta novela García Márquez funge de demiurgo, de creador del mundo de Macondo en el que transcurre la historia de siete generaciones de la familia Buendía. Una familia Buendía y un Macondo que a la postre se consumen en el fin de los tiempos, en lo que Mario Vargas Llosa llamó 'Historia de un deicidio', uno de los mejores ensayos que se hayan escrito sobre el realismo mágico de esta obra fundamental para la obtención del Premio Nobel de Literatura en 1982. La más universal de la novelística colombiana y una de las más importante de Latinoamérica. Junto al 'Quijote' de Miguel Cervantes, la novela más editada y traducida de la lengua española.
Algunos lectores dirán, con razón, que dónde quedan muchísimas novelas, tales como: 'El alférez real' (1886), de Eustaquio Palacios (1830-1898); 'Aura o las violetas' (1887), de José María Vargas Vila (1860-1933); '4 años a bordo de mí mismo' (1934), de Eduardo Zalamea (1907-1963); 'La casa grande' (1962), de Álvaro Cepeda Samudio (1926-1972); 'Cóndores no entierran todos los día' (1972), de Gustavo Álvarez Gardeazábal (1945); 'Sin remedio' (1984), de Antonio Caballero (1945-2021); 'Saga de Maqroll el Gaviero' (1986), de Álvaro Mutis (1923-2013); 'El desbarrancadero' (2001), de Fernando Vallejo (1942); 'Soledad. Conspiraciones y suspiros' (2002), de Silvia Galvis (1945-2009); 'El olvido que seremos' (2006), de Héctor Abad Faciolince (1958); 'El ruido de las cosas al caer' (2011), de Juan Gabriel Vásquez (1973), y 'Lo que no tiene nombre' (2013), de Piedad Bonnett (1951).
Yo también lo digo. Otros lo han dicho a través de miles de páginas académicas e investigativas sobre la historia de la novela y la literatura colombiana. Las listas suelen ser injustas, incompletas, arbitrarias, subjetivas. Pese a ello, dan luces sobre el devenir de una determinada actividad artística o cultural, bien sea deportiva, musical, pictórica o literaria.
Todo listado o antología es sin lugar a dudas una búsqueda muy personal, cargada de subjetividad y de gustos íntimos e individuales. ¿O acaso quién es mejor: Pelé, Messi o Maradona? ¿Bach, Beethoven o Mozart? ¿Miguel Ángel, Leonardo o Van Gogh? ¿Homero, Cervantes o Shakespeare? Ahí tienen para que vean y lean.