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Las 25.000 gallinas robadas en Repelón, Atlántico, fueron vendidas por $5.000

Autoridades no dan respuestas detalladas del saqueo ni tampoco sobre la venta de los animales.

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Actualizado:
Lunes, Enero 4, 2021 - 18:26
Campesinas aseguran que gallinas ponen más huevos cuando escuchan 'Macta llega'
Gallinas
AFP

En Repelón, Atlántico, nadie sabe lo que pasó en Navidad. La desaparición de más de 25.000 gallinas de una finca del municipio es un asunto del que nadie habla.

"Yo no sé lo que pasó". "No conozco la situación". "Yo no sé de eso porque no tomo nada que no sea mío", indican moradores de la zona al consultarles por el tema.

La historia macondiana de este descrestante saqueo no tiene rostro, pero hiede a pudrición, entre sembradíos de maíz, que arropan cadáveres de centenas de gallinas que inexplicablemente nadie se llevó de la finca. El único que da la cara es el exdueño de las gallinas: un argentino que está 'recogiendo su gallo' para volver a tierras extranjeras.

"Yo no quiero ni una gallina. Yo no quiero seguir acá. Estaba aquí intentando algo, pero el intento no vale la pena", asegura molesto el inversionista. Señala que hasta lo han amenazado por denunciar públicamente la desaparición de las ave. "Hay mucha gente molesta porque nos quejamos que nos robaron las cosas", dijo.

De pronto alguien se atreve a hablar. Reconoce que jóvenes y hasta niños se pasearon con los animales por las calles el fin de semana, vendiéndolas a $5.000 pesos.

"La gente las empezó a vender en todo Repelón, baratas a $5.000. Hicieron buen sancocho para las fiestas. Yo no he comido, pero sí lo están haciendo", confiesa el repelonero.

Los pocos que hablan, coinciden en señalar a los residentes de Villa Carolina, una urbanización de casas gratuitas que entregó el Gobierno a víctimas del conflicto y personas damnificadas de la tragedia del Sur del Atlántico, como los responsables del saqueo.

Este es un barrio de casas amarillas, de niños con caras sucias y pies descalzos, que parece guardar el secreto de lo ocurrido entre el 23 y 27 de diciembre con las gallinas.

En los patios se escuchan un par de cacareos: la evidencia los delata. "Por aquí hay bastantes de esas gallinas, pero camine más adelante. Hacia la vía hay más", dice entre risas una mujer, hexonerándose de culpas porque los demás "tienen más".

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Miguel, uno de los trabajadores de la finca, recoge las desmenbradas gallinas que quedaron de aquella avalancha inmemorable para enterrarlas en fosas que ha cavado.

Su mirada se pierde en la malla reventada del galpón, de la que cuelgan cables de energía cortados, porque hasta el cobre de los alambres se lo llevaron.

"Fueron momentos difíciles para los trabajadores, al ver que no podíamos controlar la gente, la turba. Tratábamos de hablarles de buenas maneras, pidiendo que por favor no ingresaran a las instalaciones", comenta el empleado dedicado a temas de seguridad.

Él y Luis, otro trabajador, rememoran que todo empezó el 23 de diciembre con un pequeño grupo que llegó por la noche con sacos al hombro, alegando que se iban a llevar los animales.

"Decían que el jefe estaba preso y que por eso se las iban a llevar", recuerda Luis. Al día siguiente llegó un grupo más grande, y al siguiente, hasta que el 27 de diciembre arribaron tantos, que no quedaron más que galpones vacíos.

"En ese momento era como la gente a las afueras de un estadio y acá adentro era el juego y estaban los jugadores. Había mucha gente metida aquí y los de allá afuera esperando su oportunidad. Yo alcancé a denotar una 200 personas. Aunque si usted se da cuenta, como el lugar es amplio y está cubierto por el sorgo, es fácil para las personas esconderse", indica Miguel.

En su defensa, la gente del pueblo alega que nadie robó nada. Que simplemente las gallinas ya no tenían dueño: "Pero la gente no las tomaban robadas. Las había sacado del galpón y las regalaron para que la gente las cogiera porque estaban muriendo de hambre. Y así las repartieron en las casas", afirma un hombre en defensa de sus conocidos, y quien sabe si hasta de él mismo.

Darío Raggio, el propietario de la finca, dice que ha sido víctima de una mentira. Que hasta le han dicho que su negocio es ilegal.

Pero con documentos en mano, explica que está registrado en la cámara de comercio de Cartagena y que su empresa de venta de huevos recientemente recibió visto bueno para registro Invima.

La incógnita de esta historia es ¿qué pasó con la Policía? Darío dice que los llamó más de 60 veces durante cinco días y que la respuesta fue siempre la misma.

"Lo lamento pero tenemos una sola patrulla. Y yo dije: ¡cómo que una patrulla!, pero señor, ¿usted no tiene una docena de uniformados? Y me dice: ojalá, con esta patrulla estoy lidiando tres corregimientos", expone el empresario.

¿Qué dijo la Policía?

Entre tanto, lo único que dijo la Policía al respecto, es que llegaron a atender el caso. Al parecer lo hicieron cuando ya solo quedaban plumas y cadáveres.

"Se logró controlar la situación, pero ya había sido saqueada la finca. Es una que queda entre el municipio de Repelón y Villa Rosa. Se están identificando a las personas", afirmó el subcomandante Fredy Patiño. Eso fue lo primero y lo último que dijeron por el tema. Sobre los detalles hay silencio.

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A inicios de semana, Darío recibió la noticia de que sobrevivieron 30 de las 30.000 gallinas que hace un año compró a US$ 1 cada una.

Aún están en su finca. Y también le contaron que muchos repeloneros están desayunando huevo de las ponedoras que se le llevaron. "Cada quien agarró su gallina y es más las tienen en galpones. Ponen huevos alimentadas con crecedoras".

Siguen llegando

La noticia de la finca que regala gallinas aún corre por las calles de los corregimientos lejanos. Hace unos días llegó una mujer con un bolso a buscar las suyas.

"Parece chistoso. Estábamos sentados y llegó una señora diciéndonos que dónde estaban las gallinas. Que ella no había podido llevarse ni una. Yo le dije que ya se las habían llevado todas", relata Luis.

En repelón, los huevos fritos no saben a culpa. Son el alivio a la trampa de pobreza que adolece una población pescadora que lanza el atarraya en un embalse contaminado. En el que hay parques sin columpios y calles polvorientas. en el que la comida falta  en las mesas tanto  como ahora las gallinas en los galpones del argentino.

"Me faltó darles la yuca para que completen el sancocho", expresó el empresario.

Fuente:
Sistema Integrado de Información