"Traemos hijos al mundo para la guerra”: Relatos de madres campesinas en el Meta
La mirada del conflicto armado desde la visión de las mujeres. "El Estado solo promete pero no cumple", dijo una de ellas.
Sumergí la cuchara con avidez en un plato humeante. Era una sopa de costilla con papa y cilantro que recién había salido de una enorme olla que lucía vieja y muy quemada por los lengüetazos de las llamas. Luego disfruté del rico sabor del queso derretido en agua de panela y lo acompañé con un pedazo de arepa.
Intentaba mirar a las mujeres en la cocina sin que se dieran cuenta mientras servían el desayuno en un mesón de baldosas desportilladas, observaba los utensilios que colgaban de las paredes, todo era rudimentario y antiguo.
“El conflicto armado me ha afectado como mujer porque al vivir en esta región nos estigmatizaron como colaboradores de las Farc y eso no era cierto. A uno le preocupa es los hijos, que más adelante les pase algo (...) como madres campesinas traemos hijos para una guerra, sea que se vayan para el lado del Ejército o para el lado de la guerrilla, siempre terminan envueltos en eso”, aseguró Yaniri Ríos.
Añadió que su dolor más grande como madre es saber que a sus hijos no les podrá ir mejor que a ella, pues seguirán detrás del azadón o las mulas al ser imposible estudiar en el municipio de Uribe, Norte del Meta.
El poder de la vida
El machismo era evidente, tanto que sus parejas no las dejaban salir en las fotos. Se les veían siempre refugiadas en la cocina. Y después aparecían repartiendo tintos o brindando más comida a los hambrientos. No opinaban mucho cuando los hombres hablaban y solo salían para prestar atención a los niños.
Estamos en lo que fue una escuela. Una casa construida en madera que fue pintada con muchos colores. Hay números, mensajes y dibujos en las paredes hechos por los antiguos estudiantes. También se ven sillas arrumadas y mesas desniveladas por el piso roto.
Pude ver libros arrumados de poetas desconocidos, escuchar voces de líderes sociales, relatos de comunidades negras y narraciones de guerrilleros heroicos. Afuera en una cancha de fútbol con un solo arco hecho con dos palos de madera le hice varios goles a un niño que sueña con ser portero.
"Maicol se me vino de siete meses. Cuando hice mucha fuerza mientras trasladaba unas gallinas. A la media noche me cogió un dolor de cintura y le pedí a mi marido que fuera por la partera. Pero no la alcanzó a traer porque el niño se me vino cuando estaba solita. El niño llegó al mundo en medio de la oscuridad porque aquí no hay luz", dice Floriselda Poveda una mujer de edad avanzada y hermosos cabellos grises.
Y aclaró: "Por acá las Farc no se metían con nosotros o lo hacían cuando llevaban mucho caminando y nos pedían leche o un pedacito de cuajada.(...) Aquí los muchachos se iban con ellos por voluntad propia, pero como en la guerrilla también habían niñas muy bonitas ellos se iban detrás de las muchachas o al revés".
Además, se le corta la voz cuando recuerda que un día durante el embarazo unos militares golpearon a su esposo dentro de su casa. "Una vez por acá hicieron una masacre y mataron como a 100 soldados. Como a los ocho días el Ejército bajó y nos dijo que éramos alcahuetas y casi me hacen perder el niño. Por eso uno le tiene como miedo al Ejército. Entraron a mi casa y a mi esposo lo humillaron y lo golpearon".
Por su parte, Isabel Celeita, que ha sobrevivido sembrando arveja y frijol durante toda su vida, aseguró que la situación ha sido muy sufrida y que algunas bombas que lanzó el Ejército contra la guerrilla estuvieron muy cerca de destruirle su casa, una construcción de latas, madera y piedra que resistió de milagro la dureza de los combates.
“A las mujeres aquí nos tocó ser hombre y mujer. Nos tocó sufrirlo todo y resistir en un profundo silencio. (...) El Estado solo promete pero no cumple", dijo a propósito del Acuerdo de Paz.
Los hombres del camuflado
Los militares me dicen que sí pero no. Es decir, saben que se cometieron errores en la zona. "Pero en la guerra, ¿quién no los comete?", me cuenta uno de ellos que se encuentra cerca a pensionarse.
Logro hablar con otros que me dicen que, en medio del caos de los combates bravos en los ríos y corredores naturales donde estallaban bombas y los rosaban las balas, al final nadie sabía quién era quién.
Varios señalan que el Acuerdo de Paz fracasó desde su nacimiento, que han sufrido mucho, que han puesto muchos muertos, que los que ponen el pellejo son ellos. Son gente humilde, al igual que algunos guerrilleros y casi todos los campesinos. "Tener un arma en la mano es una cosa muy berraca", me dice otro.
La selva, el clima, el poder de tener un arma bajo el brazo, la carencia de un dulce, un cigarrillo (por el cual los militares pagan hasta $20.000) o un tamal (hasta $50.000), sumado a los meses de recorrido por esos caminos de herradura, donde en cualquier momento un compañero terminaba perforado por un disparo o partido en dos por una mina, configuraron un escenario caótico para todos.
Varios miembros de las Fuerzas Militares que estuvieron presentes en una reunión que se dio en la Vereda del Duda para mejorar las condiciones del Meta, buscan hacer las paces con los campesinos. En medio de la pandemia, gracias a pequeñas ayudas que han llevado, al menos ya se saludan y se miran a los ojos.
“Antes el Ejército llegaba y siempre era los atropellamientos contra uno. Qué bueno que llegan ahora a saludarnos, como amigos, como personas, con una sonrisa, eso es un cambio ni el berraco y se siente uno como bien, se siente uno como si por fin fuera parte del país”, dijo el campesino Alberto González, en medio de la reunión.
Por su parte, el líder campesino Luis Salazar expresó: “Hemos sido marcados por el conflicto que se vivió en estas zonas, pero este momento es una oportunidad para mostrarle al mundo quienes somos, productores y trabajadores que sacamos bastantes toneladas de frijol, arveja y lácteos para el país”.