Firma de la paz entre Gobierno y Farc cumple un año entre avances y escepticismo
Tal firma no supuso directamente el fin del conflicto en las áreas más periféricas, como los departamentos del Guaviare, Chocó, Tumaco y el Catatumbo.
El acuerdo de paz entre Gobierno y Farc cumple este viernes un año, 365 días en los que el país ha visto cómo cerca de 7.000 guerrilleros dejaban las armas y se adentraban en el complejo proceso de reintegración a una sociedad que les ve con escepticismo y desconfianza. En su camino de reintegración los exguerrilleros deben superar esos resquemores además de superar los obstáculos que se les han planteado y que los han sumido en la incertidumbre, principalmente los rasos.
La mejor muestra es el hecho de que el 55 % de ellos ya marchó de los denominados "pueblos de paz", las zonas en que dejaron las armas y se desmovilizaron; 26 áreas remotas y rurales en las que esperaban quedarse y que, por falta de oportunidades, han ido abandonando progresivamente. Su salida supone un síntoma y un problema entre un colectivo de origen mayoritariamente rural.
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Se ha puesto en evidencia que el Gobierno colombiano no tenía un plan pulido para reintegrar a esos casi 7.000 hombres y mujeres que han vivido aislados de la sociedad durante décadas, que en muchas ocasiones se han desconectado de elementos básicos para la vida moderna como un teléfono celular, una tarjeta de crédito o un supermercado. La antigua guerrilla, ahora convertida en Fuerza Alternativa Revolucionaria del Común (Farc), reclama constantemente de lo que considera incumplimiento de lo acordado por parte del Gobierno, que a su vez argumenta que pese a las dificultades, el posconflicto avanza.
La implementación de la paz, a pesar de las dificultades naturales y del escepticismo de parte de los colombianos, "va marchando en la dirección correcta", aunque "algunos querían dar el acta de defunción del acuerdo en el primer año", dijo hoy el presidente Juan Manuel Santos. Según datos oficiales, un total de 12.356 personas de las Farc fueron acreditadas en proceso de reincorporación social por la Oficina del Alto Comisionado para la Paz.
De ellas, 10.733 recibieron como ayuda económica de normalización "una asignación única de dos millones de pesos (unos 672 dólares)", 10.065 exguerrilleros están recibiendo una ayuda de subsistencia que equivale al 90 % del salario mínimo, y un número similar de ellos ha sido afiliado al sistema de salud pública.
Sin embargo, los guerrilleros desmovilizados, muchos de ellos sin más manejo que el de las armas y acostumbrados a mover grandes sumas de dinero producto del narcotráfico, están expuestos a la tentación de ganarse la vida con la violencia como lo han hecho hasta ahora. Es un secreto a voces, confesado por los propios interesados, que varias bandas criminales les han ofrecido altas cantidades para que ingresen a sus filas.
Esas bandas las conforman las disidencias que han formado algunos excombatientes que no se acogieron al acuerdo de paz, pero también exparamilitares y el último reducto del Ejército Popular de Liberación (EPL), que se dedica al narcotráfico en la región del Catatumbo, del departamento de Norte de Santander, fronterizo con Venezuela.
Un informe divulgado este viernes por la Fundación Paz y Reconciliación y otras organizaciones sociales con motivo del primer aniversario del acuerdo advirtió de que el posconflicto colombiano "está en riesgo" por la violencia y las demoras en su implementación, así como por el crecimiento de los disidentes. El documento señala que "en todo el país se contabilizan 15 grupos de desertores en 43 municipios" que suman cerca de 700 guerrilleros.
Otro elemento que ha enredado más su futuro es de la Jurisdicción Especial para la Paz (JEP), el punto más polémico del acuerdo, que incluye un mecanismo para juzgar a todos los involucrados en el conflicto. La Corte Constitucional declaró ajustada a la ley la JEP que se encargará de calificar jurídicamente las conductas graves cometidas por los actores del conflicto armado.
Sin embargo, las Farc han criticado duramente que excluyeran la posibilidad de que terceras personas pudieran acudir a explicar cómo intervinieron en el conflicto, lo que les ha llevado a presentar quejas incluso ante la Corte Penal Internacional (CPI). Lo sensible del tema ha hecho que incluso y a pesar de la insistencia del Gobierno, la Cámara de Representantes no haya aprobado todavía la ley estatutaria que reglamenta a la JEP, que ya tiene el aval del Senado.
Además la firma de la paz no supuso directamente el fin del conflicto en las áreas más periféricas, como los departamentos del Guaviare, Chocó, Tumaco y el Catatumbo, donde la coca ha sido desde hace años el combustible de la violencia. Allí la paz sigue siendo un sueño lejano en que las balas, lejos de callarse, suenan con más estrépito que nunca.
Con información de EFE