Historias de un náufrago
Cabo Manglares era una de las zonas más pobladas y dinámicas del Pacífico nariñense.
A pesar de que tenía un paisaje exuberante y sobrecogedor a mi alrededor, no podía sacarme una idea perturbadora de mi cabeza. Esa idea la había escuchado de mi jefe y mentor un par de días antes, en una conversación amena y distendida, en medio de una cena con piangüa, calamares, langostinos y cerveza, en el Puerto de Tumaco (Nariño - Colombia). En medio de unas casi prístinas y extensas islas barreras, de esteros abrigados por abundantes bosques de manglar, del sonido de las aves y, sobre todo, del vaivén de nuestra embarcación, sus frases daban vueltas, una y otra vez, en mi cabeza. Repasé rápidamente los días previos a nuestro zarpe: análisis de las tablas de marea del Pacífico colombiano, revisión de los pronósticos de viento, oleaje y clima, búsqueda de mapas batimétricos, prueba de equipos, compra de materiales, múltiples conversaciones con los motoristas y lugareños, y un sinfín de actividades, repetidas una y otra vez. Todo estaba en orden, no podía recordar fisuras en una planeación que se había llevado a cabo de forma tan rigurosa y en la que habían participado tantas personas. Aun así, estaba intranquilo. Aquel pensamiento, se repetía incesantemente en mi cabeza como un mantra. Mis compañeros de campo, al ver mi comportamiento, me preguntaban: “¿Qué tenés?”, a lo cual, después de un corto titubeo, pues no quería admitir mis dudas, contestaba: “Estoy preocupado”. Todos me contestaban más o menos lo mismo: “No hay de que preocuparse, la zona está controlada. Nada nos va a pasar”. Pensaban, equivocadamente, que mi preocupación tenía que ver con el hecho de que nos dirigíamos a la población de Milagros – Frontera (cerca de la frontera Colombo - Ecuatoriana), 40 km al suroccidente de Tumaco en la desembocadura del río Mira. Esta zona hace parte de un amplio corredor usado para el tráfico de estupefacientes y, en consecuencia, varias organizaciones al margen de la ley se han disputado su control territorial. Por irracional que parezca, casi 15 años después, esa no era la razón de mis preocupaciones, al menos no de la principal.
“Es que lo que vamos a hacer, equivale a tirar un carro en el fondo del mar. Y dejarlo ahí durante varios días”, sentenció mi jefe, mientras comía sus mariscos. No se inmutó. Al principio, yo tampoco. Pero nunca había pensado que eso era exactamente lo que íbamos a hacer. Y efectivamente, allí surgieron mis temores: “¿Por qué lo hacemos?”, pensaba de manera reiterada, sin parar. Y a pesar de que trataba de eludir la respuesta, conocía perfectamente las razones que nos llevaban a cometer esta “locura”: ¡por nuestro deseo de conocimiento, por la necesidad de responder preguntas que permitieran resolver problemas reales! Problemas que a veces la sociedad ignoraba que existían. Nuestra misión en Milagros-Frontera era instalar, en varios puntos del Delta del Río Mira, un sistema de medición conformado por un Correntómetro de Efecto Doppler (ADCP – Acoustic Doppler Current Profiler) para estimar las corrientes, sensores ópticos para determinar la concentración de sedimentos en suspensión (OBS – Optical Back Scatter – 3A y 3+) y sensores de presión para establecer las variaciones de nivel en la lámina de agua. Un montaje con estas características tenía en ese entonces un valor cercano a los $150 Millones de Pesos. En aquella oportunidad, fondeamos dos montajes de este tipo de manera casi simultánea en dos lugares diferentes del delta. De manera que, en realidad, era como si estuviéramos arrojando dos vehículos al fondo de estas turbias aguas, en medio de parajes aislados y relativamente desconocidos. Con los datos de corrientes, oleaje, nivel del mar y concentración de sedimentos en suspensión que recolectábamos, así como con el procesamiento y análisis de fotografías aéreas, información satelital y secundaria (como por ejemplo vientos e información batimétrica) buscábamos plantear modelos de morfodinámica litoral para evaluar los procesos destructivos y constructivos que se presentan en el delta del río Mira, y en última instancia, plantear escenarios de vulnerabilidad ante amenazas naturales para el corto, mediano y largo plazo. Por consiguiente, uno de los focos de este trabajo era la erosión costera. Mucho antes de que esta temática alcanzará la difusión, connotación e inquietud de la que goza por estos días.
Paradójicamente, la población de Milagros-Frontera debía su existencia a la erosión costera. Unas décadas atrás, Cabo Manglares era una de las zonas más pobladas y dinámicas del Pacífico nariñense. Su localización en la desembocadura del Río Mira, en un estero abrigado por una extensa y bien definida isla barrera, y su cercanía con la población de Esmeraldas (Ecuador), la hacían paso obligado para comerciantes de toda índole y un sitio ideal para el establecimiento de pescadores. No lo sabían, pero su existencia dependía del balance entre el aporte de sedimentos, la fuerza del río Mira y los agentes marinos. Cuando ese balance cambió, también lo hicieron las espigas, islas barrera, barras frontales, bajos submareales y demás geoformas que conformaban el delta del río Mira. Estos cambios no solo llevaron a que parte de Cabo Corrientes desapareciera, como resultado de la erosión, también condujeron a que se alejara paulatinamente del río y el mar. Para los pescadores, la distancia creciente entre su hogar y lugar de trabajo hizo que Cabo Manglares perdiera su tradicional atractivo. Fue en su búsqueda de un nuevo lugar para asentarse, que nació Milagros-Frontera. Ubicada en un estero que conectaba directamente con el río Mira y su desembocadura en el Pacífico, era el lugar ideal para pescadores. Se pensaba que la zona era tan estable que la Dirección General Marítima instaló un faro de señalización marítima en la mitad de la población.
Cuando llegué por primera vez a Milagros-Frontera fui incapaz de admirar el paisaje, el entorno, su gente, ni siquiera reparé demasiado en la casa en donde nos íbamos a alojar durante nuestro trabajo de campo. Por supuesto, no había hoteles, hostales o similares. Por intermedio de un excelso Tumaqueño conseguimos alojamiento con su familia. Mi mente estaba centrada en la programación de los equipos y su montaje. Se acababa el tiempo para enfrentar mis temores: ¡dejar en el fondo del mar una suma de dinero que para ese entonces ni siquiera alcanzaba a dimensionar muy bien! Además, una nueva duda acrecentaba mis temores: ¿cómo garantizar que los equipos midieran una vez fueran desplegados en el fondo del mar? Suena extraño, pero los instrumentos de medición oceanográfica (la gran mayoría) no tienen dispositivos de prendido/apagado o luces parpadeantes que permitan saber que funcionan correctamente (¡Algo ha cambiado desde entonces!). Solo se programan, se desconectan, se aseguran y se lanzan al mar. Solo cuando se recuperan y descargan los datos es posible saber qué tan eficiente ha sido toda la operación. Por lo tanto, en el terreno la incertidumbre puede ser abrumadora. Y créanme, no es un asunto menor. Los equipos se fondean en sitios previamente seleccionados, su posición se toma con un GPS y se marca con una boya de señalización. Usualmente se dejan “abandonados” en ese sitio ante la imposibilidad de permanecer indefinidamente allí (por condiciones marinas, de seguridad o porque simplemente el tiempo que estarán desplegados es extenso) o bien porque se deben desarrollar otras maniobras de medición, como en este caso. Por eso, cuando la embarcación se aleja, tras un fondeo exitoso, es imposible que ciertas dudas no asalten la mente: “¿qué hacemos si se pierde la boya de señalización?, ¿el equipo estará midiendo?, ¿qué sucede si se desconectan las baterías?, ¿y qué pasaría si las redes de arrastre de los pescadores se enredan con el montaje?, ¿y si los ilegales que habitualmente merodean por estas zonas imaginan -equivocadamente- que estos equipos son para monitorear o rastrear actividades ilegales?”, entre muchas otras. No obstante, la acción permanente que acompaña las campañas marinas no da tiempo para la excesiva preocupación. Es un ciclo permanente de acción-duda-acción. Lo único que pone fin a este incesante ciclo es la recuperación definitiva de los equipos. Acercarse al sitio de fondeo y visualizar la boya de señalización genera una sensación de bienestar indescriptible (¡tierra, tierra a la vista!), solo superada por el hecho de conectar el equipo al computador y verificar que efectivamente ha recolectado una cantidad apreciable e invaluable de datos de campo. Solo hasta ese momento, después de semanas de arduo trabajo y preparación, tal vez meses, se siente la satisfacción del deber cumplido.
Pero no todo eran (son) preocupaciones. A medida que las actividades se desarrollan de forma exitosa, la mente va dejando atrás esas preocupaciones, y puede ocuparse en las cosas realmente importantes en la vida. La belleza del paisaje de Milagros-Frontera solo podía ser superada por la cordialidad, generosidad y originalidad de sus habitantes. Sus playas, cordones litorales, bosques de manglar y esteros intricados eran una especie de paraíso para los geomorfológos de costas. Para unos profesionales poco experimentados, como lo éramos nosotros en ese entonces, era un laboratorio inigualable. El enorme gusto de recorrer esas costas con un experto, aprender con ejemplos reales, bien valía todas esas preocupaciones. Estimulaba nuestra mente. Nos alojamos en una bella casa de madera de dos pisos, color azul cielo, con ese olor típico de los pueblos costeros del Pacífico. La casa era habitada por Alexa y su número plural de hijos (debo reconocer que no recuerdo exactamente cuántos eran; solo recuerdo que eran muchos; escalonados, inquietos, curiosos…). El delicioso aroma a café en la mañana garantizaba que despertáramos puntualmente a la hora convenida, de lo contrario podíamos quedarnos sin esta bebida, fundamental para iniciar una jornada de trabajo en el mar. Yo encuentro la cocina del Pacífico colombiano a la cabeza de la gastronomía colombiana. Dentro de ésta, la cocina de Alexa ocupa para mí, un lugar preeminente. Todos anhelábamos su llamado para sentarnos al comedor. Era imposible no repetir, por lo que, pese a las preocupaciones y el trajín del trabajo en el mar, todos ganamos peso (¡en mí caso, bastante!). Milagros – Frontera no tenía luz de manera permanente. Contaba con una planta eléctrica a base de gasolina. Como nosotros necesitábamos descargar los datos y programar los equipos para la siguiente jornada, proporcionábamos gasolina suficiente para energizar la casa de Alexa durante la noche. De manera que mientras nosotros trabajamos en nuestros equipos, toda la población (unas decenas de personas) se arremolinaba en la sala, ventanas y puertas de la casa de Alexa para poder ver las noticias y las telenovelas de moda. Así, fuimos testigos de todas las bromas e historias que se tejían entre los habitantes, noche tras noche. Durante casi tres años visitamos con relativa regularidad Milagros – Frontera. Eso hizo que la relación con Alexa y su familia fuera cercana. Tanto así que nuestro jefe fue Padrino de un bautizo de una sobrina de Alexa y uno de nuestros colegas fue padrino de uñas de la misma niña. El “bautizo de uñas” es una habitual ceremonia realizada entre los habitantes del Pacífico costero en la que un personaje cercano a la familia ingiere un vaso de agua en donde se asientan las uñas recién cortadas del infante. Este acto señala la materialización de un estrecho vínculo con el bautizado, orgánico diría yo (¡literalmente!). Por inusual que parezca, estas ceremonias son asumidas con suma solemnidad y decoro. De hecho, recuerdo pocas veces en mi vida que me hubiera sentido tan mal vestido para una celebración.
Tuve la oportunidad de visitar Milagros – Frontera en 2011 y 2012. La casa de Alexa ya no existe. De hecho, Milagros – Frontera ya no existe como tal. El efecto combinado de los agentes morfodinámicos – erosión - (como lo hicieran en el pasado con Cabo Manglares) y la zozobra causada por las organizaciones al margen de la ley, ocasionaron su completa desaparición. Donde antes se encontraba la casa de Alexa, hoy solo hay agua y sedimentos. De allí la importancia de estos estudios. Puedo decir, sin lugar a duda, que mi experiencia en Milagros-Frontera ha tenido una gran influencia en mi vida, como ser humano y profesional. He seguido haciendo este tipo de trabajo, incluso con montajes más complejos. Nuestro Grupo de Investigación (Grupo de Investigación en Geociencias – GEO4) lo ha hecho en los deltas de los ríos Patía, Sinú, Atrato y Magdalena, en las playas de Coveñas, Cartagena, Ciénaga, Urabá, Nariño, Atlántico, incluso en la Antártida, entre otros sitios. A pesar de que ha transcurrido un buen tiempo desde esa primera experiencia, me sigo preguntando lo mismo: “¿por qué hacemos esta locura?” (¡tirar un carro al fondo del mar y abandonarlo!). Y la respuesta es la misma: ¡por nuestro deseo de conocimiento, por la necesidad de responder preguntas que permitan resolver problemas reales! Problemas que a veces la sociedad ignora, pero que se “aproximan”. En 2018 hicimos un montaje, uno particularmente complejo en la desembocadura del Río Magdalena (en este caso, con un valor cercano a los $500 Millones de Pesos). Para analizar el efecto de los procesos de turbulencia y floculación en la formación de su zona de máxima turbidez; por lo tanto, su efecto en los notorios procesos de sedimentación que se presentan en esta desembocadura. Podía ver y sentir la preocupación en los estudiantes que me acompañaban. Estudiantes de Doctorado, Maestría y pregrado en Geología de la Universidad del Norte – Barranquilla. Me veía reflejado en sus caras, me veía a mí mismo unos cuantos años atrás. Verlos así, me da tranquilidad y satisfacción: ¡Seguramente, lo harán mejor que yo! De eso se trata la ciencia, de dar respuestas a los problemas complejos que enfrenta la sociedad, incluso desde antes que sean notorios. De expandir las fronteras del conocimiento general, proporcionando visiones alternativas, con un enfoque integral; pero sobre todo, de formar profesionales especializados capaces de afrontar grandes retos de manera integral y autónoma. Con responsabilidad y ética. Alumnos que superen a sus maestros. Esa es la razón de ser en nuestros programas de posgrado, el Doctorado en Ciencias del Mar y la Maestría en Física Aplicada con énfasis en Oceanografía Física.
Juan Camilo Restrepo L.
Profesor Asociado
Departamento de Física y Geociencias
Investigador Grupo de Investigación en Geociencias – GEO4
Universidad del Norte – Barranquilla
restrepocj@uninorte.edu.co
Investigador Invitado - Woods Hole Oceanographic Institute (WHOI)
Woods Hole, Estados Unidos de América