El secuestro de avión más largo de la historia ocurrió en Colombia: lo que vivieron los rehenes
Conozca los detalles de esta insólita historia de angustia a bordo de un avión.
Colombia fue protagonista de uno de los secuestros de avión más largos de la historia. Se trata del HK-1274 operado por SAM (Sociedad Aeronáutica de Medellín) que despegó desde el aeropuerto Palmaseca en Cali, con destino a Pereira, y continuaría su ruta a Medellín, Barranquilla, Santa Marta, Cartagena y de nuevo de regreso a Cali, ruta que cubría con el vuelo 602.
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El avión despegó con normalidad, el 30 de mayo de 1973, pero poco después sonaron unos ruidos aturdidores. Eran dos hombres armados que decían ser miembros del ELN, pero esa afirmación estaba alejada de la verdad.
En el centro del avión, uno de ellos apuntaba firmemente con una pistola calibre 7.65 a una de las azafatas, a quien sujetaba del brazo y llevaba a rastras hacia la cabina. El otro ingresó a la cabina y poco después el piloto anunció a los pasajeros que los secuestrados querían que los llevaran a Aruba, y pidió calma.
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Llegaron a Aruba en horas de la tarde. Tan pronto aterrizó el avión, el capitán se comunicó con la torre de control e informó que los hombres pedían 200.000 dólares y libertad para los presos políticos de Socorro (Santander), con lo que le daban veracidad a su historia de ser revolucionarios.
El calor de la isla empezó a afectar a los tripulantes de la aeronave y poco a poco muchos se fueron despojando de sus camisetas. Un pequeño niño, que estaba dentro de una cunita de plástico, lloraba demasiado, así que uno de los secuestradores decidió que la madre y el bebé bajaran del avión.
Amenazaron a la mujer y los pasajeros con la vida de dos azafatas: ante cualquier mal movimiento, ambas serían asesinadas.
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En las horas de la noche, el avión quedó sin comida y cuando pidieron, los pasajeros recibieron pan con queso o con tomate.
Desembarcaron a algunas mujeres y niños, pero quedaba otro grupo de mujeres en el avión; con pocos pasajeros, el avión encendió sus motores y todos se preguntaban qué estaba pasando, pues se elevarían de nuevo para llegar a Lima e irónicamente luego devolverse a Aruba: el piloto convenció a uno de los secuestradores que el aceite que necesitaban solo se encontraría en Aruba.
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En medio de una larga espera a que cumplieran con las especificaciones de los secuestradores, algunos de los pasajeros que seguían retenidos se resignaron y durmieron en medio del calor.
Por su parte, José Barreto, ciclista, se levantó y habló con el jefe de los secuestradores pidiéndole que los dejaran bajar, que eran deportistas y competirían en el Clásico RCN. Poco después decidieron que los dejarían bajar.
Así que los ciclistas Luis Alfonso Reátegui y Carlos Montoya, junto a Barreto, bajaron del avión. Casi que al instante otros pasajeros planearon fugarse y abrir una puerta de la que los secuestradores al parecer no se habían dado cuenta. Sin embargo, cuando estaban a punto de abrirla, el avión despegó y se sintió la ráfaga de viento. Aún con el avión en movimiento los más osados se lanzaron por la puerta.
Uno de los secuestradores se percató y, con gran furia al ver el escape de algunos, amenazó a una de las azafatas para que cerrara la puerta y le puso la pistola en el ojo acusándola de que por su culpa se habían fugado.
La verdad de los secuestradores
Emprendieron el vuelo ya con las puertas cerradas y con 11 pasajeros menos. En la huida el ingeniero Jairo Morales se estrelló contra el suelo y se fracturó las dos piernas. Intentó levantarse mientras veía el avión encima de él, pero el dolor se lo impidió.
Mientras tanto, en el avión se anunciaba que se dirigían a Guatemala y el capitán indicó, después de varias horas de vuelo, que los secuestradores mantenían su exigencia, liberación de los presos políticos, y ahora querían 300.000 dólares.
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Por falta de condiciones de seguridad en Guatemala el capitán anunció que se devolverían a Aruba e indicó que el Gobierno Nacional no iba a ceder a las peticiones de los secuestradores en lo relacionado con la liberación de los presos, pero ofrecía 50.000 dólares por el rescate.
Los pasajeros se indignaron al escuchar tan desafortunada noticia, pues pensaban en cómo el Gobierno estaba jugando con sus vidas.
Poco después los secuestradores aceptaron la oferta y el piloto indicó que llegaría el dinero hasta Aruba, pero en realidad estaba haciendo tiempo, pues no sabía si en verdad irían o no. A la madrugada llegaron dos personas a la pista de aterrizaje, una de ellas llevaba un maletín: el capitán avisó que el dinero había llegado.
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El secuestrador pidió revisar el maletín antes de proceder. Cuando se fijó que sí estaba el dinero, lo recibió y como parte del primer trato, hicieron cambio de tripulación, pues los primeros en ser liberados serían ellos, quienes cumplieron los caprichos de los secuestradores.
Se despidieron y recibieron al nuevo piloto con su grupo de trabajo. Aunque habían prometido que liberarían a los pasajeros en Aruba, no fue así y ordenaron dirigirse hacia Guayaquil; poco después llegaron a Lima y ahí uno de los secuestradores preguntó quién se quería bajar en ese lugar y todos levantaron sus manos e hicieron fila, pero el hombre dijo que solo liberarían a 10 personas.
Posteriormente, despegaron de nuevo, esta vez se dirigían a Mendoza, Argentina; allí la cuarta brigada aérea y policías se desplegaron rodeando el avión.
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Para el 2 de junio el avión aterrizó en el aeropuerto de Resistencia, capital de la provincia del Chaco, en Argentina, donde los secuestradores anunciaron que abandonaban el avión, pero se llevaban a tres azafatas como rehenes para que la tripulación no avisara a las autoridades.
Sin embargo, el capitán Molina sugirió hacer un trato, que se bajaran solos del avión y él prometió no avisar a nadie para que no los apresaran. Allí se quedó uno de ellos. El avión volvió a levantar vuelo y llegó a Asunción, Paraguay, donde se bajó el otro secuestrador. Con la tripulación que quedaba, la aeronave se devolvió a argentina.
El pacto del piloto con los secuestradores permitió que la tripulación permaneciera a salvo y los secuestradores tuviesen tiempo de escapar.
Tiempo después, los secuestradores fueron capturados, y en ese momento se supo la verdad: no eran revolucionarios ni guerrilleros. Sus nombres eran Óscar Eusebio Borja y Francisco José Solano López: dos futbolistas retiraros y en quiebra que decidieron secuestrar el avión pensando que así solucionarían sus problemas económicos.
Pero más que una solución, se volvieron protagonista de una historia con tintes de película que ahora se convierte en una producción de Netflix.